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martes, 8 de noviembre de 2016

La Reflexión (4)

Sobre la REFLEXIÓN  ~ Última parte parte... ¡De momento!

Para que se consoliden nuestros principios básicos, necesitamos moderación, pero, asimismo, fortaleza. La mejor herramienta para conseguirlo es el diálogo, a través del cual podremos perfeccionar nuestras nociones. Nada me gustaría más que practicarlo con cualquiera de los que disientan sobre alguna de estas meditaciones. Me parece que nos resultaría extremadamente positivo, acostumbrarnos a entablar intensas conversaciones con la intención de profundizar, siempre más, en nuestras ideas. Jamás deberemos dar por cerrado ningún concepto o argumento, si lo que queremos es validarlo debidamente. Es una opinión desorientada, aquella que hace gala de su entereza y solidez, no admitiendo posibilidad de discusión alguna. Eso equivale al fracaso. Exponer a revisión nuestros principios, no supone flaqueza de ningún tipo, sino fuerza para mejorar nuestra salud mental y nuestra grandeza ideológica. Todo esto no debe confundirse con las discusiones estériles que solemos mantener para defender nuestros puntos de vista con tesón, pero de una forma autoritaria e infantil. Éstas, sí son nocivas, nos perjudican seriamente y miraremos de darles esquinazo o, simplemente... ¡De mirar para otro lado!

Discrepar no es negativo ni rebelde, lo malo es no querer resolver las diferencias existentes con debates bien intencionados, en los que las voluntades de todos sus contertulios coincidan en escuchar, completos y atentamente, los razonamientos de sus compañeros, con el único y sencillo propósito de aproximarse a la realidad, sin imposiciones de ninguna índole e intercambiando sus pensamientos con la única finalidad de comprender mejor el objeto, al juntar las distintas formas de entenderlo. Incumplir este último precepto significa caer en la prepotencia y quedarnos anclados en un mar de confusiones y verdades a medio construir o, lo que es peor, mentiras bien edificadas, aparentemente, empleando una buena dosis de sutileza, con el perverso propósito de doblegarnos y desbaratar nuestras teorías, haciéndolas aparentar baladíes o erráticas. ¿Y quién saldría ganando con estos sarcásticos procedimientos?... ¡Nadie!... ¡Créeme!... ¡Absolutamente nadie!

Peor aún es, o así lo considero, intentar arrebatarnos la razón con procedimientos destructivos y malintencionados que se componen de distorsiones o adulteraciones de nuestras verdades, hechas a su conveniencia, para pisotear nuestras acciones o dicciones, injustamente y con el oscuro pensamiento de implantar sus opiniones... La libertad de expresión es un medio extraordinario para llevarnos por caminos de prosperidad democrática y evolución personal, pero no se desarrolla promulgando unas simples leyes que intenten regularla, a la vez que se consienten todo tipo de transgresiones amparadas por éstas. En aras de la libertad, magnífica palabra, nos consienten declarar la guerra a todo lo que se mueva en dirección contraria, o en una, simplemente distinta a la que hemos trazado. Es, como la libertad, cuando se convierte en libertinaje, un simple estandarte o instrumento al que nos acogemos, o en el que nos refugiamos para recibir su protección cuando intentamos justificar o dar validez a posturas indecentes e inasumibles o algunos argumentos intolerables y descabellados, en el nombre de algo que lleva, en su naturaleza, justo lo opuesto. Como en todos los extremos, a veces, el bien y el mal parecen tocarse. Es un simple espejismo que debemos rechazar de nuestra mente, diferenciando, con nitidez, los límites de cada extensión. ¿Que no es sencillo?... ¡No lo ignoro! Pero, también deseo advertir de que no nos refugiemos en ello, para justificar nuestra inactividad. Como seres humanos, nos podremos equivocar en algunos planteamientos de las escasas situaciones que habitan en los extremos de sus dominios, pero la mayoría de los puntos de vista controvertidos no forman parte de esos errores u omisiones, sino que encierran en su meollo, algo más malvado o siniestro que una simple confusión.

No hay casi nada categórico en este círculo doctrinal. Empeñarse en defender a ultranza nuestras razones, por muy acertadas o conclusas que nos parezcan, es cerrar la puerta a nuestro desarrollo intelectual y, por ende, estancar el avance de nuestra cultura. ¿No es lo que acaeció cuando algunos, cuya filiación no quiero recordar, se empeñaron en que la sangre no circulaba por nuestro cuerpo o que La Tierra no daba vueltas alrededor del Sol? No me imagino a nadie calificando a estos antecesores nuestros como personas con amplitud de miras y, menos aún, con inspiración divina. Pero no vayamos a creer que esos tiempos, aunque no tan lejanos, ya están superados porque, ahora, estamos más civilizados, ya que no quemamos a nadie en la hoguera. Lógicamente, sabemos muchas cosas que ellos desconocían, pero, en el fondo, somos igual de irreflexivos e ignorantes, o... ¿Puede alguien pensar que la Segunda Guerra Mundial fue menos bárbara porque se emplearon medios más sofisticados, como la bomba atómica, entre otras armas de destrucción masiva?

No hemos cambiado sino en las formas, seguimos sin percatarnos de que la verdad tiene muchas vertientes y que ésta se forma con el conjunto de ellas. Todas son necesarias para un entendimiento completo. ¿Porqué no admitimos otros puntos de vista que cuestionan el nuestro? ¿Es porque no sabemos o es porque no queremos dialogar? Creo que es útil razonar para conseguir los frutos del entendimiento que tanta falta nos hacen... ¿O es que no nos importa alcanzar el entero y nos conformaremos, siempre, con sólo unas cuantas de sus migajas? Tengo la impresión de que nos empleamos con todo nuestro afán y desvelo para aumentar la cantidad, pero solamente, cuando se trata de finanzas. ¡De engrosar nuestras arcas!... ¿O no es así?... ¿Crees que me equivoco?

Por otra parte, cambiar nuestro modo de pensar, aceptando novedades por el mero hecho de estar en boga en nuestra época es, también, irracional y nos conduce a la misma situación que la descrita anteriormente. Supondrá otro fiasco o naufragio y una nueva frustración. La historia nos ha demostrado que pasar de un extremo a otro, nunca nos condujo a buen puerto. Debemos buscar siempre el centro o punto medio y acercarnos a él lo más posible. Las modas sólo deben admitirse en otras apreciaciones más fútiles. Las reservaremos, pues, para las prendas de vestir, por ejemplo, o cualquier otro asunto de menor consideración o trascendencia.

El cambio de rumbo de nuestros pensamientos debe realizarse con buen criterio, trabajándolo y tomando las precauciones suficientes para no hundirnos en los extremismos ni en las volubles corrientes de actualidad. También es esencial que no nos dejemos atrapar por propagandas sectarias. Detrás de muchas de ellas se esconden intereses no confesados con la intención de convertirnos en marionetas y mover nuestros hilos a su antojo. Así, controlando nuestras inclinaciones y no dando ningún bandazo brusco, evitaremos muchos batacazos ideológicos no deseados e indignos de admiración. Esto no sólo es aplicable al asunto que nos compete en estos renglones, sino a cualquier otro, aunque constituya una materia de poca relevancia o de distinto significado. Por supuesto que es menester vencer al inmovilismo, pero debemos llevarlo a cabo con pies de plomo. La seriedad y la seguridad deben imperar, siempre, en nuestros golpes de timón, sin brusquedades que produzcan desorientación, o turbiedades.

Digamos que, para expresarlo de otra manera y lo podamos entender todos, los conservadores deberían abrirse más a los cambios de tiempo o nuevas ideas y los progresistas, tener más cuidado o prudencia con las innovaciones. Tomar partido por uno u otro bando es errar sistemáticamente, ya que ambos son dueños de una parte de la razón y, los dos, dueños de una similar sinrazón. En la gran mayoría de las ocasiones, su falta de entendimiento se deriva de su obcecado partidismo. El sectarismo no es constructivo en ninguno de sus acoplamientos. Las explicaciones de este párrafo deben catalogarse como simplistas y simbólicas, carentes de sentido en las ciencias políticas, pero he escogido este particular ejemplo por considerarlo suficientemente ilustrativo, aún cuando se me tache de ingenuo o estúpido, aunque no estimo el que haya dicho ninguna vaciedad.

El mayor fallo que podemos tener, en cuanto al modo de desarrollar nuestros juicios, consiste en el orden que conviene establecer y asentar, siempre, para conseguir unos buenos resultados. Debemos anteponer una completa concepción de nociones o ideas a la conclusión de nuestras valoraciones, para lo que necesitamos vaciar, antes, nuestros conceptos preconcebidos. En muchas ocasiones, se realiza esta elaboración, atendiendo, exactamente, al orden contrario, o sea, se ajustan todos los pensamientos e informaciones para acoplarlos, con tácticas genuinas, a las ideas prefabricadas y que nos empeñamos en seguir justificando, a toda costa... ¿Para qué plantearnos ningún razonamiento, ni esforzarnos en realizar un diálogo constructivo?... Dicho brevemente, primero hay que entender y, luego, opinar. antes, hay que escuchar y, después, hablar... Informarse bien, pensando correctamente y cuadrando las razones, con el fin de entender mejor lo que, posteriormente, habremos de evaluar. ¿Crees que se ejecuta esta labor, normalmente, de esta forma tan positiva o con este orden tan imprescindible para obtener unos óptimos resultados finales?... ¿Has oído hablar del popular "diálogo de besugos"?... ¡Yo, sí! Incluso lo he visto y oído practicar por personalidades de primera fila, y no por los ciudadanos "de a pie", como es habitual creer entre las clases sociales menos favorecidas. Estos procedimientos son empleados, mayoritariamente, por los sectarios y, en su casi totalidad, por los fanáticos, intolerantes y autoritarios... ¿Porqué existen y han existido siempre?... ¿Alguna vez, me lo querrá decir alguien que, verdaderamente, lo sepa?... Siempre me han intrigado este tipo de comportamientos, aunque no los haya encontrado explicación... ¿Es un misterio, acaso?

No me inclino, ni soy propenso a estas cuestiones enigmáticas y, por decir algo, tampoco soy muy amigo de los misterios, pero podría escuchar, atentamente, los argumentos de quien, sí, lo fuere... ¡Si pudiese ser capaz de razonármelos! Pues, para atribuirlos a la fe, no es necesario, ni dialogar, ni entender, ni razonar, sino escuchar, creer, memorizar y cumplir con sus preceptos. Eso lo dejo para otros terrenos, quizá más pantanosos, pero en los que no voy a entrar, ni deseo hacerlo, por ahora. Se trata, diciéndolo de una forma de andar por casa, de otra asignatura. Con todos mis respetos hacia los creyentes y religiosos, los dogmas de fe han de desmembrarse de los planteamientos que, aquí, se exponen. La razón y la fe no son compatibles, como dos imanes enfrentados a sus mismos lados, tienden a repelerse fuertemente, por lo que no es aconsejable efectuar ningún intento de aproximarlos o enfrentarlos. Digamos algo, para entendernos, que pudo decir alguien, alguna vez, en algún sitio: "Lo del razonamiento a la razón y lo de la fe a la religión". Espero que no se considere una parodia irrespetuosa a aquello de lo del César al César, sino una expresión graciosa hecha con respeto y salvando las distancias. Nunca deberemos comparar estos dos asuntos, seriamente, pues no nos llevaría a ninguna otra parte que no fuese la nada o, lo que es peor, al mismísimo infierno dialéctico, a un espacio o región que prefiero, lector, que no frecuentes... Ese es un tremendo error que cometen, con demasiada ligereza y reiteración, quienes ignoran algo tan enormemente fundamental como es la apropiada tolerancia hacia unas cuestiones que son tan radicalmente distintas, aunque, a la vez, igual de merecedoras, ambas, de un tratamiento formal y adecuado, con seriedad, sobriedad y responsabilidad... ¡Es mucho pedir!... ¿Verdad?

Y, ya, para terminar con este calvario por el que has tenido que pasar hasta llegar a este último párrafo, sólo puedo, quiero y voy a recomendarte algo para ponerse en la cabeza, es decir una funda mental... ¡Sí!... Algo fundamental... ¡Es un chiste!... Pero, cuando nos invada la duda, deberemos buscar las certezas que compartamos plenamente, con nuestros propios medios y sin dejar nunca de confrontarlas con la suficiente honradez como para no engañarnos a nosotros mismos. Razonar no es tan complicado como algunos llegan a asegurar, pero se requiere honestidad y puede obtenerse, fundamentalmente, con una decencia ideológica que nos impida cerrar las puertas a todas aquellas cuestiones que nos molesten o sean contrarias a las opiniones que nos interesa admitir. No es nada correcto, ni productivo, que conduzcamos nuestros razonamientos por los derroteros que nos lleven a despreciar la realidad cuando ésta no favorezca nuestros propósitos. Esto sería algo así como, haciendo una leve parodia, los que seleccionan una mínima parte de los alimentos que les ofrecen para su completa nutrición, despreciando las saludables ventajas de aquellos otros que poseen sustancias recomendables y anteponiendo cuestiones gustativas a razones de salud... ¡Cojamos al toro por los cuernos y, así, no nos los clavará!...  Y, si lo hace, por lo menos, lo habremos intentado...   ¿No te parece?

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