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martes, 8 de noviembre de 2016

La Reflexión (3)

Lo que considero que debo decir... ¡Sobre la REFLEXIÓN!

El arte, la ciencia o el deporte de pensar o reflexionar, no resulta tan sencillo de entender, aprender, practicar y dominar como nos pudiera aparentar, a primera vista, a la inmensa mayoría de los mortales. Estoy hablando de hacerlo bien, pues para ejecutarlo como lo venimos efectuando comúnmente, no serían necesarias estas atrevidas aclaraciones mías, ni las de otros más cualificados que yo, pues...

Aunque te pueda no parecerlo,
así... ¡Todos sabemos hacerlo!
Y desde nuestra más tierna infancia,
vivamos en España o en Francia.
En estos decasílabos versos,
reflejo mis instintos perversos,
pero volvamos a la decencia
de lo tratado... ¡Con transparencia!

Intentaré, pues, clarificar esta cuestión, con toda la capacidad que me concedan o permitan mis aptitudes... ¡Que no son muchas! Para empezar, nos conviene forjar nuestro criterio mediante un proceso de adopción de nociones fiables, procedan de donde procedan, que nos permitan discernir con propiedad y poder, así, componer ideas sólidas y nítidas. Esto resulta imprescindible para que logremos obtener una investigación más amplia y clara de la temática que tratemos y con ella, consigamos alcanzar una mejor y más completa comprensión de ella. "Da igual si eres menos o más que yo, es vacuo, lo que me interesa es que tengas algo que darme y que me convenga... ¡Eso necesito de ti!" es la frase que mejor podría definir el principio al que nos tendremos que agarrar, con toda seguridad. No es tan complicado entender esta afirmación, tanto como desarrollar su mandato y, no por motivos de escasez de luces, inteligencia, sino por otros mucho menos dignos, como lo sería la pertenencia o adherencia a ideas que se mantienen cerradas o ancladas,  por directa influencia de nuestras más arraigadas tradiciones.

Nuestro convencimiento debe construirse detrás de unos filtros que lo protejan, impidiendo el paso a los desatinos, sofismas, engaños o tergiversaciones, aunque salgan del alma de nuestros más amados familiares o allegados, así como de otros personajes admirados, venerados o idolatrados. Y, aún con tales dificultades y los riesgos que todas ellas entrañan, se podrían garantizar unos buenos resultados, siempre que sigamos, con cierta perseverancia, las directrices que, aquí, se van a contemplar, pues se trata de analizar la mejor forma de apropiarnos de una eficiente reflexión, herramienta necesaria que nos permitirá la construcción sólida de nuestro ideario y, en buena consecuencia, de un mejor juicio. ¿No es, esto, lo que todos los seres humanos deberíamos desear?... Pero, desgraciadamente, no es, sustantivamente, lo que vengo apreciando, en la casi totalidad de mis congéneres. ¡Habrá que cambiar todo esto!... ¿No?

La constancia en nuestros intentos nos entregará la llave para abrirnos paso entre las variadas adversidades que surjan y nos impidan llegar a cantar victoria. Nadie que presuma de cordura debe poner en tela de juicio el hecho de que, como humanos, somos seres falibles, demasiado llenos de imperfecciones, defectos y carencias, pero, aún así, creo que todos nosotros debemos intentar, con el máximo esfuerzo, caminar hacia el claro destino de orientarnos lo máximo posible y en la buena dirección para poder dar en la diana de alguna de las evidencias o certidumbres que nos rodean... ¡Que no es tan complejo!... ¡Probémoslo!... ¡Sin actitudes enrevesadas! Aunque quiero y es necesario decirlo, que, sin trabajar intensamente por ello... ¡Difícilmente lo lograremos!

Nuestra dotación de inteligencia nos compromete, espiritualmente, a cumplir con su correcta aplicación, ya que no se trata de un juguete que nos haya regalado la naturaleza. Ese don natural es una gracia especial que nos ha sido otorgada por quien cada cual quiera suponer o creer, pero con la generosa intención, deduzco, de que logremos evolucionar mejor y más rápidamente que las restantes especies. No sé porqué esto es así, pero es lo que hay o, con toda franqueza, lo que veo y a eso me atengo, ya que no contemplo, en principio, la posibilidad de su demostración, al menos, mientras permanezcamos en esta terrenal vida.

Parece de recibo el que necesitemos aclarar las turbias aguas del río para poder apreciar, con la suficiente transparencia, el fondo de su cauce... ¿Qué es lo que quiero significar con esto?... Confío en que se capte, correctamente, la relación de analogía de esta metáfora fluvial, pues todas las cosas deben trabajarse con mucho afán para perfeccionarse y no va a ser menos este mundillo de las consideraciones o de la idealización. Al practicar esta sana y eficaz manera de pensar, abrimos la puerta a la comprensión, elemento clave de nuestra función como animales racionales que somos y que podríamos serlo aún en mayor grado, si nos dejásemos llevar por ese enorme potencial que nos ofrece nuestra constitución o estructura original. Como tales seres, intuyo que forman parte de nuestras obligaciones, la búsqueda de concreciones, así como la constatación de las realidades con las que nos encontremos. Así, agrupando todas ellas, conseguiremos ampliar nuestras perspectivas y nuestros pensamientos se verán fortalecidos con tan nobles y fructíferas aportaciones.

En el hipotético caso de que mis apreciaciones no coincidieran con aquellas que cualquier otra persona pudiera tener preconcebidas, sería conveniente compararlas detenidamente, analizándolas correctamente y sopesando los argumentos dispares con ecuanimidad, no dejándose llevar por las modas o prejuicios establecidos ocasionalmente por nuestra sociedad o nuestro entorno más próximo, tal y como pudieran ser la familia, nuestras mejores amistades, algunos personajes que merezcan nuestra admiración o cualquier clase de autoridad. Con toda seguridad, atinaríamos mejor si atendiésemos, con más intensidad, a la verosimilitud del concepto que a la del conferenciante... ¿O es que, en ningún caso, ningún genio ha cometido una idiotez o ha afirmado alguna estupidez?... Es natural, sobretodo en materias que no se dominan... ¿O ha existido, alguna vez, algún ser humano, exceptuando al que tú pudieras pensar, por motivos de fe, que haya abarcado todas las ciencias, artes y demás conocimientos, en todo momento y condición?... ¿Qué sí?... ¿No lo dirás en serio?

Todos los desacuerdos, correctamente formulados, no harían otra historia que aprovecharnos, engrandeciendo nuestras apreciaciones. ¿O, acaso, los acordes disonantes no forman parte de la música y componen, con los restantes, el todo? En todas las cuestiones, tanto la objetividad como el equilibrio tienen que regir nuestras comparaciones, siempre que queramos aproximarnos a las verdades intemporales. Un auténtico postulado no puede variar porque transcurra un cierto período de tiempo o cambie cualquier otra circunstancia ajena a su planteamiento. Y no estoy hablando de axiomas, sino de cualquier aseveración que se asiente en esa justicia que va más allá de nuestras leyes actuales y que se alimenta de la lógica, la objetividad o el sentido común, ese que, según se dice popularmente, es el menos común de los sentidos.

Es de una indudable certeza el hecho de que, por lo general, tanto ese como algunos otros sentidos, no sean administrados pertinentemente por la mayoría de nosotros, pero eso sólo es imputable a nuestra falta de responsabilidad y a nuestros prejuicios que, la mayoría de las ocasiones, proceden de las personas que más queremos o admiramos. Esto se origina, históricamente, en los resquemores que propician las múltiples divisiones de nuestra especie, ya sean socioculturales, clasistas, sexuales, étnicas, religiosas, políticas, geográficas u otras peculiaridades que, desde siempre, han diferenciado a los seres humanos en sus plurales facetas.

Como en una carrera de relevos, pasamos el testigo de las incorrecciones, desaciertos o falacias de nuestros padres a nuestros hijos y, así, perpetuamos algunos de estos malentendidos, en aras de nuestras viejas tradiciones o costumbres familiares... El amor de un familiar puede ser casi insuperable, pues los hay dispuestos a entregar su vida por la tuya, pero sus conocimientos o raciocinios, generalmente, son harto mejorables. ¡Sin ofender a nadie!... Es lo más razonable que se puede decir de cualquier persona. ¡Que somos humanos!... ¡Y ya se sabe!

Tengo el convencimiento de que, si lo intentásemos con ahínco, podríamos conseguir superar estos impedimentos, siempre que queramos aniquilar esa estupidez de la que no soy el primero en hablar o en atribuirnos. Creo en que no se trata de una utopía, ni siquiera de una endeble entelequia, sino de algo más cándido y que está al alcance de cualquiera que desee proponérselo sinceramente y se empeñe, con toda honestidad, en conseguirlo. La mayoría de las veces, aquello que consideramos irrealizable no lo es y sólo encierra algunas penalidades o ciertos superables contratiempos, que, en muchos casos y por comodidad, ni nos molestamos en intentarlo. Estamos más a gusto siguiendo la corriente que desplazarnos en contra de ella... ¿Para qué?... ¡Pensaríamos! O, como dirían ciertos humoristas: "No es que no quiera ir, pero ir por ir..." En mi opinión sólo necesitamos vencer esa inercia, siempre que podamos, pues no sé si nuestros genes, es broma, transigirían... ¡Vete, tú, a saber!

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