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domingo, 2 de marzo de 2014

Las OPINIONES, los ERRORES y la IGNORANCIA

Los ERRORES no son OPINIONES.

La mayoría de los que formamos esta, a mi entender, enferma sociedad, pensamos que, con los adelantos tecnológicos, nuestro mayor poder adquisitivo y nuestros mal llamados “derechos”, “libertades” y “avances democráticos”, somos más civilizados, más inteligentes y tenemos más conocimientos que nuestras generaciones anteriores y puede que sea así, pero no coincide con mi apreciación de los hechos. Es muy complicado juzgar estos conceptos, pues cada época tiene sus connotaciones históricas. La temporalidad tiene aspectos muy difíciles de medir y, por consiguiente, no favorece las comparaciones.

Pero, lo que me interesa destacar, en este artículo, es la idea generalizada de que todos tenemos el derecho a opinar lo que nos parezca y que nuestras opiniones deben ser respetadas, como las de cualquier otro. Parece que es un moderno dogma social, si se me permite la expresión, que ha ido arraigando en las mentes de todos los que defendemos los derechos civiles y la libertad de expresión, tan de moda en nuestras democracias. Pero todo tiene un límite y me parece que lo hemos sobrepasado.

Algunos derechos no se conceden por el sólo hecho de haber nacido con cierta capacidad de raciocinio, sino que conllevan unas obligaciones, sin el cumplimiento de las cuales, no podemos merecer tal concesión. No debemos opinar sobre algo que no dominemos, que no conozcamos totalmente, que no lo hayamos estudiado correctamente.

Sin cumplir con la obligación del conocimiento, no tendremos fuerza moral para exigir el derecho de opinar sobre ello. Las opiniones deben darse después de la siguiente concatenación:
1.- INFORMACIÓN
     Requiere esfuerzos y una labor bien orientada.
2.- CONSULTAS
     Deben pedirse las explicaciones y aclaraciones que necesitemos.
3.- CAPTACIÓN
     Mediante la asimilación de la información y su reflexión.
4.- OPINIÓN
     Sólo cuando hayamos terminado este proceso... ¡Nunca antes!

Con esto, debemos acordar que, en buena lógica, una opinión no tendría que ser respetada si no fuera cimentada con estas fases o pautas elementales, pues no estará fundada en los principios de la decencia intelectual, aunque lo crean ciertos talentos “democráticos”... Por lo tanto, ya tenemos mi valoración del concepto OPINIÓN. Todo lo que no cumpla con estos condicionantes, no puede calificarse como opinión. ¿Por qué, a una idiotez, le tenemos que llamar opinión? ~ Y, ¿por qué a un ERROR le damos la denominación de opinión? ~ ¿Para ser más respetuosos? ¿Más democráticos? ~ El respeto, tal y como yo lo entiendo, estaría en mantener la fidelidad a la decencia y a la honestidad y, esto, para mí, consiste en decir la verdad sobre nuestro entendimiento.

La IGNORANCIA es la carencia de conocimiento o la falta de información y, eso, nos conduce al ERROR. Si nos empeñamos en quedar estancados en él, además de ignorantes, nos convertiremos en estúpidos. Iremos en contra de nuestros intereses como personas o animales racionales, al no querer evolucionar, adquiriendo nociones que nos hacen falta para comprender, para enterarnos de lo que nos rodea... ¡Para saber qué tierra pisamos! ~ Sin esta comprensión, tendremos más problemas, más complicaciones en la vida y más fracasos en nuestras experiencias. Terminaremos dándonos de bruces con la realidad. El problema se agravará si, cuando esto suceda, le echamos la culpa a lo primero que encontremos a mano y... ¡Siempre hay inocencia a la que culpar! ¿Pero nos resultará útil esta postura?... Quizás, de momento, sí, pero... ¿Tiene solidez como para mantenerse en el tiempo? ~ Algún día, tendremos que enfrentarnos a la realidad.

Siempre me ha preocupado que la gente, y no sólo la corriente, cometa la equivocación o incorrección de confundir estos tres términos. En estos tiempos de crisis y, no me refiero a la crisis financiera y económica, sino a la ética, a la de la decencia humana o, mejor dicho, su carencia, es frecuente empecinarse en defender la postura del derecho a opinar. Yo no lo niego, pero... ¡Hagámoslo bien! ~ Es, exactamente, el mismo argumento que empleaba sobre el uso del idioma. Cada pueblo tiene derecho a su empleo, pero... ¡Aprendámoslo, primero!... Empecemos la casa por los cimientos, nunca por el tejado, para que no se nos caiga encima... ¿O asumimos el riesgo?

Es cierto que la erudición evita, en gran medida, cometer fallos por ignorancia, pero nuestros conocimientos tienen sus límites bien definidos y no debemos dejarnos llevar por la euforia y creer que lo dominamos todo. Debemos saber abstenernos de dar opiniones sobre otras cuestiones que no controlemos. Todos tenemos nuestras parcelas de conocimiento y no debemos invadir las que no nos pertenezcan. La humildad es lo que nos puede faltar, en estos casos y debemos procurarla, aunque nos cueste.

La necesidad de publicación de este artículo tiene su origen en la conversación que tuve con un amigo que quiso aclararme el concepto de ateo, citando a un filósofo que decía: “Ninguna de las religiones de cierta relevancia da una definición eficaz o concreta de la palabra DIOS. De hecho, no dan ninguna.” Y mi amigo añadía, refiriéndose a sus creencias personales: “Por esta razón, dudo yo, considerándome ateo, desde el punto de vista de las religiones, de decir que soy ateo o agnóstico. No sé con respecto a qué lo haría. Es probable que tenga alguna carencia en mi razonamiento, vista la falta de éxito que tengo en mi círculo de amigos... ...”
Hasta aquí, parte de su mensaje, al que contesté que no tenía tiempo de responderle con la seriedad que se merecía su persona, pero, desafortunadamente, le gasté una broma, diciéndole que su filósofo se podía haber dedicado a cultivar hortalizas y que su opinión (la de mi amigo) estaba fundamentada en un error. Le decía que, por falta de tiempo, en su día, se lo aclararía, pero no me dio tiempo de hacerlo, utilizando, ahora, este artículo, para ello.

Este hombre, al que consideraba un buen amigo, me decepcionó profundamente, pues antes de despreciar a alguien, se le debe oír, en este caso, leer. Aplacé mi respuesta, pues, por deferencia a su amistad, quería explicarme sin prisas. Las opiniones o respuestas como éstas, deben estar bien fundamentadas y desarrolladas, para que pueda comprenderse los argumentos que avalan las discrepancias correspondientes y, no, concluir con el vulgar y clásico... ¡Porque sí! ¡Porque lo digo yo! ~ Creo que no se me podrá acusar de no dar explicaciones o justificación sobre mi disentimiento. He hecho lo que he podido y cuando he podido y... ¡Lamento que se me haya juzgado antes de hacerlo!

Después de lo dicho, resumo brevemente lo comentado, ajustándolo al texto del mensaje de mi amigo. Lo que dice el filósofo aludido, con su afirmación... ¿Cómo da, una religión, la definición de la palabra “Dios”?... ¿Ineficaz?...  ¿Para quién? ~ ¡Vaya error! Pues es eficaz, de hecho, indiscutiblemente, ateniéndonos a los adeptos conseguidos por todas ellas. Para los que no nos dejamos adoctrinar tan fácilmente, es una perogrullada. ¿Cómo van a definir algo que se inventan?... ¡Lógicamente, con la estampa producida por su imaginación! ~ Me parece un planteamiento indigno de un filósofo. De ahí, mi broma... Quizá de mal gusto.

En cuanto a la equivocación que le atribuía a su planteamiento personal debo diferenciar dos aspectos. El de justificar sus dudas en esta pobre idea y el de confundir opinión con desconocimiento de las palabras ateo y agnóstico. Esta última matización ya la he tratado suficientemente y sólo se debe releer, en el caso de no tenerla, aún, clarita. Si fuera necesario, me ofrezco a contestar cualquier duda que no haya caído en razonar convenientemente y, por supuesto, a mi amigo, le perdoné sus insultos o digamos, al menos, sus injustas descalificaciones... Por lo tanto, este asunto queda zanjado.

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