Sobre la REFLEXIÓN ~ Última parte parte... ¡De momento!
Para que se consoliden nuestros principios básicos,
necesitamos moderación, pero, asimismo, fortaleza. La mejor herramienta
para conseguirlo es el diálogo, a través del cual podremos perfeccionar
nuestras nociones. Nada me gustaría más que practicarlo con cualquiera
de los que disientan sobre alguna de estas meditaciones. Me parece que
nos resultaría extremadamente positivo, acostumbrarnos a entablar
intensas conversaciones con la intención de profundizar, siempre más, en
nuestras ideas. Jamás deberemos dar por cerrado ningún concepto o
argumento, si lo que queremos es validarlo debidamente. Es una opinión
desorientada, aquella que hace gala de su entereza y solidez, no
admitiendo posibilidad de discusión alguna. Eso equivale al fracaso.
Exponer a revisión nuestros principios, no supone flaqueza de ningún
tipo, sino fuerza para mejorar nuestra salud mental y nuestra grandeza
ideológica. Todo esto no debe confundirse con las discusiones estériles
que solemos mantener para defender nuestros puntos de vista con tesón,
pero de una forma autoritaria e infantil. Éstas, sí son nocivas, nos
perjudican seriamente y miraremos de darles esquinazo o, simplemente...
¡De mirar para otro lado!
Discrepar no es negativo ni rebelde, lo
malo es no querer resolver las diferencias existentes con debates bien
intencionados, en los que las voluntades de todos sus contertulios
coincidan en escuchar, completos y atentamente, los razonamientos de sus
compañeros, con el único y sencillo propósito de aproximarse a la
realidad, sin imposiciones de ninguna índole e intercambiando sus
pensamientos con la única finalidad de comprender mejor el objeto, al
juntar las distintas formas de entenderlo. Incumplir este último
precepto significa caer en la prepotencia y quedarnos anclados en un mar
de confusiones y verdades a medio construir o, lo que es peor, mentiras
bien edificadas, aparentemente, empleando una buena dosis de sutileza,
con el perverso propósito de doblegarnos y desbaratar nuestras teorías,
haciéndolas aparentar baladíes o erráticas. ¿Y quién saldría ganando con
estos sarcásticos procedimientos?... ¡Nadie!... ¡Créeme!...
¡Absolutamente nadie!
Peor aún es, o así lo considero, intentar
arrebatarnos la razón con procedimientos destructivos y malintencionados
que se componen de distorsiones o adulteraciones de nuestras verdades,
hechas a su conveniencia, para pisotear nuestras acciones o dicciones,
injustamente y con el oscuro pensamiento de implantar sus opiniones...
La libertad de expresión es un medio extraordinario para llevarnos por
caminos de prosperidad democrática y evolución personal, pero no se
desarrolla promulgando unas simples leyes que intenten regularla, a la
vez que se consienten todo tipo de transgresiones amparadas por éstas.
En aras de la libertad, magnífica palabra, nos consienten declarar la
guerra a todo lo que se mueva en dirección contraria, o en una,
simplemente distinta a la que hemos trazado. Es, como la libertad,
cuando se convierte en libertinaje, un simple estandarte o instrumento
al que nos acogemos, o en el que nos refugiamos para recibir su
protección cuando intentamos justificar o dar validez a posturas
indecentes e inasumibles o algunos argumentos intolerables y
descabellados, en el nombre de algo que lleva, en su naturaleza, justo
lo opuesto. Como en todos los extremos, a veces, el bien y el mal
parecen tocarse. Es un simple espejismo que debemos rechazar de nuestra
mente, diferenciando, con nitidez, los límites de cada extensión. ¿Que
no es sencillo?... ¡No lo ignoro! Pero, también deseo advertir de que no
nos refugiemos en ello, para justificar nuestra inactividad. Como seres
humanos, nos podremos equivocar en algunos planteamientos de las
escasas situaciones que habitan en los extremos de sus dominios, pero la
mayoría de los puntos de vista controvertidos no forman parte de esos
errores u omisiones, sino que encierran en su meollo, algo más malvado o
siniestro que una simple confusión.
No hay casi nada categórico
en este círculo doctrinal. Empeñarse en defender a ultranza nuestras
razones, por muy acertadas o conclusas que nos parezcan, es cerrar la
puerta a nuestro desarrollo intelectual y, por ende, estancar el avance
de nuestra cultura. ¿No es lo que acaeció cuando algunos, cuya filiación
no quiero recordar, se empeñaron en que la sangre no circulaba por
nuestro cuerpo o que La Tierra no daba vueltas alrededor del Sol? No me
imagino a nadie calificando a estos antecesores nuestros como personas
con amplitud de miras y, menos aún, con inspiración divina. Pero no
vayamos a creer que esos tiempos, aunque no tan lejanos, ya están
superados porque, ahora, estamos más civilizados, ya que no quemamos a
nadie en la hoguera. Lógicamente, sabemos muchas cosas que ellos
desconocían, pero, en el fondo, somos igual de irreflexivos e
ignorantes, o... ¿Puede alguien pensar que la Segunda Guerra Mundial fue
menos bárbara porque se emplearon medios más sofisticados, como la
bomba atómica, entre otras armas de destrucción masiva?
No hemos
cambiado sino en las formas, seguimos sin percatarnos de que la verdad
tiene muchas vertientes y que ésta se forma con el conjunto de ellas.
Todas son necesarias para un entendimiento completo. ¿Porqué no
admitimos otros puntos de vista que cuestionan el nuestro? ¿Es porque no
sabemos o es porque no queremos dialogar? Creo que es útil razonar para
conseguir los frutos del entendimiento que tanta falta nos hacen... ¿O
es que no nos importa alcanzar el entero y nos conformaremos, siempre,
con sólo unas cuantas de sus migajas? Tengo la impresión de que nos
empleamos con todo nuestro afán y desvelo para aumentar la cantidad,
pero solamente, cuando se trata de finanzas. ¡De engrosar nuestras
arcas!... ¿O no es así?... ¿Crees que me equivoco?
Por otra
parte, cambiar nuestro modo de pensar, aceptando novedades por el mero
hecho de estar en boga en nuestra época es, también, irracional y nos
conduce a la misma situación que la descrita anteriormente. Supondrá
otro fiasco o naufragio y una nueva frustración. La historia nos ha
demostrado que pasar de un extremo a otro, nunca nos condujo a buen
puerto. Debemos buscar siempre el centro o punto medio y acercarnos a él
lo más posible. Las modas sólo deben admitirse en otras apreciaciones
más fútiles. Las reservaremos, pues, para las prendas de vestir, por
ejemplo, o cualquier otro asunto de menor consideración o trascendencia.
El
cambio de rumbo de nuestros pensamientos debe realizarse con buen
criterio, trabajándolo y tomando las precauciones suficientes para no
hundirnos en los extremismos ni en las volubles corrientes de
actualidad. También es esencial que no nos dejemos atrapar por
propagandas sectarias. Detrás de muchas de ellas se esconden intereses
no confesados con la intención de convertirnos en marionetas y mover
nuestros hilos a su antojo. Así, controlando nuestras inclinaciones y no
dando ningún bandazo brusco, evitaremos muchos batacazos ideológicos no
deseados e indignos de admiración. Esto no sólo es aplicable al asunto
que nos compete en estos renglones, sino a cualquier otro, aunque
constituya una materia de poca relevancia o de distinto significado. Por
supuesto que es menester vencer al inmovilismo, pero debemos llevarlo a
cabo con pies de plomo. La seriedad y la seguridad deben imperar,
siempre, en nuestros golpes de timón, sin brusquedades que produzcan
desorientación, o turbiedades.
Digamos que, para expresarlo de
otra manera y lo podamos entender todos, los conservadores deberían
abrirse más a los cambios de tiempo o nuevas ideas y los progresistas,
tener más cuidado o prudencia con las innovaciones. Tomar partido por
uno u otro bando es errar sistemáticamente, ya que ambos son dueños de
una parte de la razón y, los dos, dueños de una similar sinrazón. En la
gran mayoría de las ocasiones, su falta de entendimiento se deriva de su
obcecado partidismo. El sectarismo no es constructivo en ninguno de sus
acoplamientos. Las explicaciones de este párrafo deben catalogarse como
simplistas y simbólicas, carentes de sentido en las ciencias políticas,
pero he escogido este particular ejemplo por considerarlo
suficientemente ilustrativo, aún cuando se me tache de ingenuo o
estúpido, aunque no estimo el que haya dicho ninguna vaciedad.
El
mayor fallo que podemos tener, en cuanto al modo de desarrollar
nuestros juicios, consiste en el orden que conviene establecer y
asentar, siempre, para conseguir unos buenos resultados. Debemos
anteponer una completa concepción de nociones o ideas a la conclusión de
nuestras valoraciones, para lo que necesitamos vaciar, antes, nuestros
conceptos preconcebidos. En muchas ocasiones, se realiza esta
elaboración, atendiendo, exactamente, al orden contrario, o sea, se
ajustan todos los pensamientos e informaciones para acoplarlos, con
tácticas genuinas, a las ideas prefabricadas y que nos empeñamos en
seguir justificando, a toda costa... ¿Para qué plantearnos ningún
razonamiento, ni esforzarnos en realizar un diálogo constructivo?...
Dicho brevemente, primero hay que entender y, luego, opinar. antes, hay
que escuchar y, después, hablar... Informarse bien, pensando
correctamente y cuadrando las razones, con el fin de entender mejor lo
que, posteriormente, habremos de evaluar. ¿Crees que se ejecuta esta
labor, normalmente, de esta forma tan positiva o con este orden tan
imprescindible para obtener unos óptimos resultados finales?... ¿Has
oído hablar del popular "diálogo de besugos"?... ¡Yo, sí! Incluso lo he
visto y oído practicar por personalidades de primera fila, y no por los
ciudadanos "de a pie", como es habitual creer entre las clases sociales
menos favorecidas. Estos procedimientos son empleados, mayoritariamente,
por los sectarios y, en su casi totalidad, por los fanáticos,
intolerantes y autoritarios... ¿Porqué existen y han existido
siempre?... ¿Alguna vez, me lo querrá decir alguien que, verdaderamente,
lo sepa?... Siempre me han intrigado este tipo de comportamientos,
aunque no los haya encontrado explicación... ¿Es un misterio, acaso?
No
me inclino, ni soy propenso a estas cuestiones enigmáticas y, por decir
algo, tampoco soy muy amigo de los misterios, pero podría escuchar,
atentamente, los argumentos de quien, sí, lo fuere... ¡Si pudiese ser
capaz de razonármelos! Pues, para atribuirlos a la fe, no es necesario,
ni dialogar, ni entender, ni razonar, sino escuchar, creer, memorizar y
cumplir con sus preceptos. Eso lo dejo para otros terrenos, quizá más
pantanosos, pero en los que no voy a entrar, ni deseo hacerlo, por
ahora. Se trata, diciéndolo de una forma de andar por casa, de otra
asignatura. Con todos mis respetos hacia los creyentes y religiosos, los
dogmas de fe han de desmembrarse de los planteamientos que, aquí, se
exponen. La razón y la fe no son compatibles, como dos imanes
enfrentados a sus mismos lados, tienden a repelerse fuertemente, por lo
que no es aconsejable efectuar ningún intento de aproximarlos o
enfrentarlos. Digamos algo, para entendernos, que pudo decir alguien,
alguna vez, en algún sitio: "Lo del razonamiento a la razón y lo de la
fe a la religión". Espero que no se considere una parodia irrespetuosa a
aquello de lo del César al César, sino una expresión graciosa hecha con
respeto y salvando las distancias. Nunca deberemos comparar estos dos
asuntos, seriamente, pues no nos llevaría a ninguna otra parte que no
fuese la nada o, lo que es peor, al mismísimo infierno dialéctico, a un
espacio o región que prefiero, lector, que no frecuentes... Ese es un
tremendo error que cometen, con demasiada ligereza y reiteración,
quienes ignoran algo tan enormemente fundamental como es la apropiada
tolerancia hacia unas cuestiones que son tan radicalmente distintas,
aunque, a la vez, igual de merecedoras, ambas, de un tratamiento formal y
adecuado, con seriedad, sobriedad y responsabilidad... ¡Es mucho
pedir!... ¿Verdad?
Y, ya, para terminar con este calvario por el
que has tenido que pasar hasta llegar a este último párrafo, sólo puedo,
quiero y voy a recomendarte algo para ponerse en la cabeza, es decir
una funda mental... ¡Sí!... Algo fundamental... ¡Es un chiste!... Pero,
cuando nos invada la duda, deberemos buscar las certezas que compartamos
plenamente, con nuestros propios medios y sin dejar nunca de
confrontarlas con la suficiente honradez como para no engañarnos a
nosotros mismos. Razonar no es tan complicado como algunos llegan a
asegurar, pero se requiere honestidad y puede obtenerse,
fundamentalmente, con una decencia ideológica que nos impida cerrar las
puertas a todas aquellas cuestiones que nos molesten o sean contrarias a
las opiniones que nos interesa admitir. No es nada correcto, ni
productivo, que conduzcamos nuestros razonamientos por los derroteros
que nos lleven a despreciar la realidad cuando ésta no favorezca
nuestros propósitos. Esto sería algo así como, haciendo una leve
parodia, los que seleccionan una mínima parte de los alimentos que les
ofrecen para su completa nutrición, despreciando las saludables ventajas
de aquellos otros que poseen sustancias recomendables y anteponiendo
cuestiones gustativas a razones de salud... ¡Cojamos al toro por los
cuernos y, así, no nos los clavará!... Y, si lo hace, por lo menos, lo
habremos intentado... ¿No te parece?
No hay comentarios:
Publicar un comentario